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Siempre quise ser una femme fatale, en el periódico El día

Siempre quise ser una femme fatale

Siempre me fascinaron las mujeres fatales de las películas antiguas. Esas figuras envueltas en misterio, seguras de sí mismas, con una inteligencia afilada y un encanto capaz de doblegar a los hombres más poderosos. Me atrevo a confesarlo: siempre quise ser una femme fatale.

Cuando las descubrí en la literatura, ese deseo se agrandó. Desde Milady de Winter, que manejaba a los Tres Mosqueteros de Dumas a su antojo, hasta la maravillosa Phyllis, del Pacto de sangre de J.M. Cain, una villana manipuladora, egoísta y letal.

Históricamente, la femme fatale ha sido vista como una figura peligrosa que amenaza el orden social. Es la que lleva al héroe por el mal camino, la mentirosa manipuladora que, seguramente, oculta un arma en la liga. Sin embargo, entre mujeres víctimas o damiselas en apuros, la femme fatale rompe moldes y no se somete a las expectativas de la sociedad. ¿Es un objeto de deseo? Sí, pero también una mujer que utiliza su intelecto, su carisma y su voluntad para labrarse su propio camino.

El estereotipo de la femme fatale perpetúa la idea de la mujer como figura peligrosa y traicionera, no en vano, Phyllis Dietrichson embauca al pobre Walter Neff para asesinar a su marido y repartirse la pasta. Y lo hace gracias a su atractivo, lo que lleva al movimiento feminista a criticar el papel de estas mujeres como objeto sexual. ¿Pero no es esa una manera machista de juzgarla, solo por su aspecto? Si lo miramos desde otra perspectiva, ellas representan la independencia y la capacidad de tomar decisiones difíciles, incluso cuando el precio a pagar es alto, y siempre lo es. En El halcón maltés, de Dashiell Hammet, Bridgid engaña, seduce al pobre Sam Spade y hace lo que haga falta por obtener la fatídica estatuilla, y aun cuando el conocido detective mata a sangre fría a quien se le pone por delante, la mala es ella.

Así que sí, siempre quise ser una femme fatale. No por el glamour, la belleza o el peligro, sino porque representan una rebelión contra las normas, una afirmación del poder femenino en un mundo que, durante mucho tiempo, ha tratado de controlarlo.

Hoy sigo queriendo ser una femme fatale y llevar una pistola en la liga.

Siempre quise ser una femme fatale, en el periódico El Día.

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