¿Cuántas vez te has encontrado pensando en las decisiones que tomaste en el pasado?
Últimamente he leído varias novelas que hacen alusión a la inamovilidad del pasado, esas decisiones que tomamos una vez y el modo en que afectaron a nuestras vidas, como condenas que arrastramos para siempre.
En Vientos de cuaresma, por ejemplo, una novela policiaca escrita por el Leonardo Padura, el detective cubano Mario Conde se pregunta:
¿Ustedes se han puesto a pensar que nada puede volver a hacerse otra vez y lo que se hizo ya es irremediable?
Y pregunto yo: ¿es esto cierto?
El pasado es inamovible, sí, pero ¿también lo es el presente o nos asustan tanto los cambios que nos aferramos a esas decisiones con la excusa de que ya no hay marcha atrás?
Conozco gente que vive estancada en decisiones y creencias inamovibles, pero también personas cuya valentía es inspiradora. Ana González Duque, compañera de la #GeneraciónI, abandonó una carrera en la medicina para seguir su pasión literaria, y nunca se ha arrepentido. O Dulce Xerach, capaz de saltar de la política a la arquitectura y la literatura, de crear una detective como pocas, organizar un exitoso festival literario y exigir lo que haga falta para mejorar la situación de los creadores en las islas.
¿Es valentía, falta de miedo o la simple convicción de que haber decidido algo, en algún momento de nuestra vida, no nos impide cambiar de idea, de gusto o de aspiraciones más adelante?
¿En qué momento nuestros sueños de infancia murieron aplastados por el miedo? Los sueños de los amigos de Mario Conde, en Vientos de Cuaresma, o de los protagonistas de Mystic River, de Dennis Lehane, que crecen bajo el peso del hecho traumático que sufrió uno de ellos, de cómo reaccionaron, las decisiones que tomaron, las que no tomaron y las que no se atrevieron a tomar. El pasado, inamovible, y el presente como condena.
De pequeños nos enseñan que hay que hacer lo que nos exigen y hacerlo bien, como si a los 18 años ya supieras lo que vas a querer el resto de tu vida. Una carrera que, a veces, eliges por motivos estúpidos, una decisión y una cadena atada al tobillo. ¿O no?
Como mis dos amigas, todos podemos dar el salto. Y si tenemos miedo, saltar con miedo, porque si nos equivocamos, aún podemos volver a saltar en otra dirección. Nada es inamovible.
La libertad de cambiar de rumbo, columna para el periódico El día
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