¿Cómo sabes que has terminado una novela?

¿Cómo sabes que has terminado con algo? Ya he hablado en varias ocasiones sobre esas preguntas típicas que nos formulan a todos los escritores. E incluso os confesé las 10 preguntas que todo escritor detesta, no por repetidas sino porque nos ponen en un brete a la hora de buscar una contestación a la altura de las expectativas. Los lectores creen que sabemos de dónde salen las ideas, pero, sorpresa, no. Nos asaltan como monstruos desde debajo de la cama y el único truco es agarrarlas con fuerza antes de que salgan volando con el viento entre las cortinas. Sin embargo, en aquella ocasión no mencioné una pregunta que me han hecho muchas veces y para la que sí tengo respuesta: ¿Hasta cuándo trabajas en una novela? ¿Cómo sabes que la has terminado? Hablo de mi caso personal, personalísimo, pero, yo, en concreto, sé que he terminado una novela cuando la odio.

  Suena duro, ¿verdad? Pues es así. Igual que os hablé de las preguntas que menos me gustan, también desnudé mi alma para explicaros lo que es el miedo del escritor, vivir en una montaña rusa en la que un día te parece que estás escribiendo una obra maestra y al siguiente desearías quemar el manuscrito, el ordenador y la casa, ya que estamos. A lo largo del proceso de creación de una novela, como podéis ver en este diagrama de la escritura, hay momentos altos y momentos muy bajos de ánimo. Empiezas bien, con miedo pero con ganas, y luego cada uno de estos elementos va subiendo y bajando a su antojo, sube el miedo y suben las ganas, o bajan las ganas, o baja el miedo pero sube el ánimo… Es una locura. Pero al final, siempre, al menos para mí, siempre llega un momento en el que odio la novela que estoy escribiendo. Me ocurrió con En el punto de mira, me ocurrió con Zed está muerto y también con Sangre en las manos. Las odié las tres. No importa lo mucho que me gustara una historia en sus comienzos, lo bien que me caigan los personajes o los buenos ratos que hayamos pasado juntos; después de meses y meses de correcciones, de dudar de cada palabra y cada coma (esto es casi literal), todas las buenas impresiones que pudiera tener al comienzo de la escritura se han disuelto y me parece lo peor que se ha escrito nunca.

Sé que esto puede sonar falso, la falsa modestia de los escritores en busca de alguien que les suba el ego, pero los que me conocen y viven parte de mi proceso de creación saben que estoy diciendo la verdad. Estoy convencida de que esa novela es lo peor, lo peor, lo peor del mundo. Y la odio. A MUERRRRRRTE. Y ESE es el momento. Ahí ya sé que he terminado con ella. Porque la odio tanto que ya no hay nada que pueda hacer para mejorarla, más que prenderle fuego y empezar otra cosa. Ese es el nivel de odio. Créeme. Cuando llega este momento, todo en ella me parece mal, ya llevo varias semanas dándome cabezazos frustrantes por intentar arreglar algo a lo que no encuentro solución y decido, inteligente de mí, pasárselo a mi amadísima correctora de cabecera, que tiene la paciencia de un santo aunque diga lo contrario. Le informo de que le envío un esperpento insufrible y que tendrá que ocuparse de buscar esos errores que yo sé que están aunque no los encuentre. Porque sé que están, lo sé, pequeños cabrones, estáis ahí…

  Así que, si quieres saber hasta cuándo trabajo en una novela antes de dejarla marchar, ya tienes la respuesta: hasta que la odio. ¿Y sabes qué me pasó hace unas semanas? Que  alcancé ese nivel de odio de mi cuarto hijo literario. ¿Sabes lo que significa eso…?