1Q84 1+2, de Haruki Murakami
En japonés, la letra q y el número 9 son homófonos, los dos se pronuncian kyū, de manera que 1Q84 es, sin serlo, 1984, una fecha de ecos orwellianos. Esa variación en la grafía refleja la sutil alteración del mundo en que habitan los personajes de esta novela, que es, también sin serlo, el Japón de 1984. En ese mundo en apariencia normal y reconocible se mueven Aomame, una mujer independiente, instructora en un gimnasio, y Tengo, un profesor de matemáticas. Ambos rondan los treinta años, ambos llevan vidas solitarias y ambos perciben a su modo leves desajustes en su entorno, que los conducirán de manera inexorable a un destino común. Y ambos son más de lo que parecen: la bella Aomame es una asesina; el anodino Tengo, un aspirante a novelista al que su editor ha encargado un trabajo relacionado con La crisálida de aire, una enigmática obra dictada por una esquiva adolescente. Y, como telón de fondo de la historia, el universo de las sectas religiosas, el maltrato y la corrupción, un universo enrarecido que el narrador escarba con precisión orwelliana.
Lo bueno
- Los personajes
- La ambientación
- La escritura
Lo malo
- The little people (¿De qué va eso?)
- El final, no conclusivo hasta el tercer tomo, te deja con ganas de más cuando las cosas comienzan a tener sentido
Admito que mantengo una relación de amor – odio con Murakami, y me acerco a sus libros con cierta desconfianza tras una época en la que leí varias obras suyas de un tirón y me saturé. La culpa fue mía, por supuesto, un autor con un lenguaje tan personal, una forma de ver la vida y de definir a los personajes tan suya, tiene que leerse con tiempo y ganas o al final ya no sabrás en qué mundo te mueves.
1Q84 llevaba tiempo en mi lista de libros pendientes y, al final, me decidí a leerlo. Bien hecho.
La premisa inicial ya te engancha con un planteamiento interesante y atractivo que te introduce rápidamente en el habitual ambiente onírico e introspectivo del escritor.
Una cosa pequeña de color negro pasó raudo al lado de la ventana. Sería un pájaro. O tal vez el espíritu arrebatado de alguien, vía al confín del universo.
Dos historias paralelas que giran alrededor de la soledad, el dolor y la familia. Una trama que mezcla la fantasía y el thriller, ambientados en las características atmósferas surrealistas e introspectivas del autor, tan bien ejecutadas que en ningún momento dudamos de la veracidad de una realidad diferente para cada personaje, de la presencia de dos lunas en el cielo o de unas diminutas y extrañas criaturas que, a partir de cierto punto, parecen ser las que manejan los hilos en ambos mundos.
Los personajes, fieles al estilo Murakami, son personajes de pasado difícil y presente aceptado con resignación. Tengo, el solitario escritor frustrado que se embarca en la misión de llevar al éxito la novela de una misteriosa adolescente, y Aomame, la no menos solitaria asesina a sueldo, llevan dos vidas paralelas en mundos separados por detalles que solo ellos parecen apreciar y cuya realidad, por miedo a que sea su propia locura, les de miedo preguntar.
Disfrutemos del descenso por los rápidos. Y cuando caigamos por la cascada, hagámoslo juntos y a lo grande.
A la mitad sentí que había un bajón en la historia. La manera de desarrollar la trama, partiendo de un principio a ciegas en el que no se entiende nada, hace que no te sientas satisfecho hasta la última parte, cuando las cosas comienzan a encajar, lejanamente. Y esa última parte es donde aparece lo mejor de Murakami: escenas mágicas en las que la soledad y el destino marcan a los personajes tanto como al lector.
Una manera magnífica de redescubrir a un autor al que hay que tomarse a pequeñas dosis para poder disfrutarlo como es debido.
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